sábado, 14 de noviembre de 2009

some foreign stuff

I was wondering... what about the title?
we are not knowing more about anything yet.

There are lots of spaces to write, quote and post everything we want all along the internet.
Wasn't this place supossed to be focused on something different?

I mean... I celebrate being able read your poetry, stories and complaints. But, what about the original idea? Do we need to redefine the purpose of this blog?
Maybe it would be better to give it a different name, like "yo parí esto" or "me salió de ahí"
What do you think?

I'm not complaning, just "want to know more".

(why in english? i don't know)

martes, 10 de noviembre de 2009

2. Orbitando

La gravedad y el peso.

Dos cuerpos se atraen
en relación proporcional a su masa
pero inversa a su distancia .
Mientras mi astro se hacía grave,
cuando este mundo se volvía pesado,
te alejabas en el espacio, suave,
y la atracción continuaba.
Luna llena que mueve las mareas
nos arrastró hacia las profundidades
ni tus miedos ni mis vanidades
resistieron el influjo.
Aguas negras luna blanca,
piel tensa, resbaladiza
rugosas olas de plata,
sacudidas de amor
nos mecen en la Isla.

Órbitas.

Se rodean con desconfianza,
describiendo órbitas elípticas ,
con una estrella como foco,
sosteniendo la distancia.
Nuestros planetas como enemigos,
sólo atentos al surco dejado por el otro,
eterna noria de dos mulos,
sin conocerse los relinchos,
moliendo el mismo grano
sin probar fruto…
¡Que choquen en un gran estallido nuestras galaxias!
¡qué surjan nuevos mundos de la nada!.
Vago en suspenso,
nave averiada,
espacio misterioso sereno,
fulgurantes estrellas consumidas,
agujeros negros de rabia.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Llegaron a mediados de Noviembre.

Era primavera en el hemisferio sur, pero el suelo estaba alfombrado por una delgada capa de escarcha. Allí donde miraban, el viento húmedo parecía haber acabado con todo. Era la costa. Las ciudades antes prepotentes apenas insinuaban ahora su vigor de antaño. Estructuras arqueadas, rotas, sesgadas, corrompidas por el óxido y la erosión eran ahora las tranquilas lápidas de una civilización perdida. Lo que quedaba de un autobús de línea urbano se encontraba semienterrado en la playa, recibiendo los incesantes lametones de las olas. Inclinado sobre el costado derecho, por el que solían entrar y salir los pasajeros, ahora las cabeceras de los asientos apenas sobresalían de la arena húmeda. El techo, agujereado y retorcido, se confundía con la roca desde lejos. El sol apenas se dibujaba tras la densa atmósfera grisácea. Eran las 8 y 32 minutos de la mañana.
Se adentraron por las calles para ver los semáforos que, derrotados por el paso y las inclemencias del tiempo, apoyaban sus cabezas en la calzada. Las avenidas principales apenas se reconocían, cubiertas de nieve sobre arena, ceniza y polvo. Automóviles de alta gama, ahora con los neumáticos podridos por el implacable aire marino, aparcados para siempre, la tapicería deslustrada, los cristales amarillentos y resquebrajados por el desprendimiento de cornisas.
Algunas tiendas con sus rejas echadas, otras abiertas, cafeterías con las sillas junto a la barra, como si el camarero hubiera ido por un instante a la parte de atrás, pero en cuyos suelos se acumulaban 50 centímetros de arena. Edificios oscurecidos y huecos en los que no había ya vidrio sobre los que se reflejase nada. Una redundancia de cemento sin sentido, una organización del espacio que ya no tenía objeto. El viento soplaba incansable, como si disfrutara la posibilidad de explorar a sus anchas. Caminaron hacia el este, absortos en el crepitar de sus pisadas. Sus botas pesaban mucho más, ahora en la gravedad normal.

Cuatro años habían esperado a poder bajar. Cuatro años malviviendo apiñados en un hábitat minúsculo, enloqueciendo cada año y obligándose a reaprenderlo todo. Cuatro años sin comunicaciones con la tierra ni recibir los suministros. Cuatro años de prodigiosa improvisación, reciclando el escaso material que tenían, aprendiendo a cultivar sin tierra y casi sin agua para poder alimentarse de las pocas verduras que hacían germinar, complementando así su dieta habitual de preparados sintéticos deshidratados. Filtrando pacientemente su orina y reutilizando el agua que llevaron desde el principio para beberla una y otra y otra vez. Al fin y al cabo, el agua en la tierra había sido lo mismo: desde el principio de los tiempos, la cantidad de agua en el planeta no había variado jamás, y de generación en generación, la misma agua había realizado su función de refrigerante y disolvente universal, atravesando cada organismo animal y vegetal, la misma agua ingerida por millones de seres y filtrada por infinidad de riñones de todo tipo, que volvía a la tierra, a los arroyos, a los ríos, al mar, que se evaporaba y volvía a caer sobre todos ellos, purificada y dispuesta a repetir su viaje.

Habían pasado cuatro años allá arriba, solos los ocho en la estación espacial internacional. Cuatro años que ocupaban todo su recuerdo. Apenas eran ya capaces de retraerse a nada anterior.

-Control de ISS a tierra, cerramos comunicaciones por 4 horas hasta sustituir el módulo de radio por el nuevo sistema de multiespectro.
-Recibido, ISS. Cortamos transmisiones hasta nuevo aviso. Suerte, un saludo.
Eso había sido todo. El nuevo módulo no funcionó, y cuando trataron de instalar el antiguo vieron que el sello antirradiación estaba defectuoso. Aún así lo hicieron, pero en la posición que se encontraban, apenas lo tuvieron listo cuando uno de los componentes del transmisor se fundió. Una mala casualidad, eso era todo. Un accidente altamente improbable, que dos unidades bien construidas, una que funcionaba hasta 45 minutos antes, la otra recién salida de montaje y puesta en órbita por la agencia la semana antes, dejasen de funcionar.
Mientras trataban de reparar la unidad nueva (sólo tendría un defecto de ensamblaje, pensaron) estarían "a oscuras" durante un par de días al menos, perspectiva que si bien les inquietaba, es algo que podían soportar. Los ocho eran científicos y astronautas adiestrados, tres de ellos llevaban ya nueve meses en órbita, la mayoría tenía experiencia en estaciones científicas polares, donde el aislamiento y las condiciones son muy similares. Con la llegada de los cinco nuevos, los primeros permanecerían nueve días más y después volverían a bajar y prepararse con calma para la próxima misión, que nunca realizarían antes de 2 años.


Pero las previsiones no se cumplieron. Tardaron seis días en poder hacer las primeras pruebas con el transmisor (no contaban con material de repuesto necesario, y tuvieron que apañar las piezas desmontando algunos equipos menos imprescindibles) y cuando lo tuvieron reinstalado sólo recibieron una débil esática apenas perturbada por frecuencias de onda corta que chisporroteaban al azar.
El protocolo de emergencia para estos casos consistía en desviar desde el control de tierra un satélite de comunicaciones que orbitaba unos 200 km por encima de ellos y acomplarlo a la estación espacial para poder usar su antena con los equipos interiores, pero ese protocolo sólo se iniciaba tras 7 días de incomunicación injustificada, y aún así el descenso del satélite, en órbita geosincrónica (es decir, que orbitaba siempre sobre el mismo punto de la tierra, para dar cobertura a las comunicaciones de una zona concreta), llevaba dos días más.
Habían pasado casi 15 días cuando los ocupantes de la ISS (International Space Station) empezaron a inquietarse de veras. Las lecturas de los aparatos meteorológicos registraban un descenso de algunas décimas de grado en la temperatura media de la tierra, y por los telescopios no podían captar ningún indicio de actividad. En el control de tierra nadie parecía sacar los coches del garaje, no volaban aviones bajo ellos, y por las noches, las ciudades estaban más oscuras de lo normal. Ni siquiera el acostumbrado cordón de luz en que se convertía la costa este por las noches era tan intenso como antes.


Describir el resto del tiempo que pasaron allí arriba, encerrados en apenas 160 metros cúbicos para ocho personas, sería un ejercicio de morbosidad.
La inteligencia dió paso a la desesperación. La sobriedad a la locura. La claustrofobia provocó brotes psicóticos, alucinaciones y esquizofrenia traumática. Y aún así consiguieron sobrevivir los ocho. Consiguieron reconducir sus mentes a un estado lo suficientemente coherente como para realizar el delicado mantenimiento del habitáculo, producir alimento, perfeccionar hasta el límite de lo posible su sistema de reciclado de agua y limpieza de aire, y lo que es más improbable todavía, apañar una maniobra para descender a tierra sin destrozarse con la reentrada en la atmósfera, que de tan laboriosa y precisa parecería inhumana. Pero lo fue. Fue humana y posible. Una maniobra que les llevó un año planificar y casi tres en ejecutar, reconduciendo órbitas de satélites cercanos hackeados para poder atraparlos ingeniosamente en una red tendida entre los brazos de paneles solares y extraer las mínimas cantidades de combustible que normalmente portan para reorientarse y corregir su trayectoria en circunstancias especiales.
Así pudieron añadir un módulo a la lanzadera que había traido a los cinco últimos y equilibrar el combustible para disponer de mayor empuje cuando entraran en la atmósfera con exceso de equipaje. Pero jamás renunciaron a intentarlo todos, nunca consideraron la posibilidad de dejar nadie arriba: habían estado mucho tiempo sin ninguna noticia de tierra, ninguna transmisión de radio captada al azar, mientras el planeta entero parecía apagarse (de hecho, habían observado con los telescopios que algunas ciudades ya ni siquiera encendían el alumbrado urbano por las noches) y nadie quería arriesgarse a la posibilidad de quedarse arriba solo por más tiempo. Preferían arriesgar sus vidas intentando caer a tierra con un transbordador modificado, contraviniendo los principios que llevaron a su diseño original, bajo peligro de achicharrarse en la entrada, o perder la aerodinámica pasada la estratorfera, perdiendo con ello la vida, que quedarse un día más en la estación. Y para lograr este fin dieron todo de sí mismos durante aquellos largos meses de planificar la operación y hacer las reparaciones y cálculos necesarios. Peor había sido tener que hacer de psicólogos unos de otros, experimentar terapias extravagantes para lidiar con el delirio que se había generalizado a partir de la mitad del segundo año, y tratar de racionalizar todo para poder mantener sus mentes concentradas en su proyecto de reentrada. Y sin embargo, hubo tiempo de ver de todo. Hubo algunas violaciones. Tras una de ellas, Lenka estuvo a punto de matar a Johnson, y después de que casi lo consiguiera, se llevaron bastante bien hasta pisar tierra. Persecuciones. Intentos de suicidio. Norman se encerró 9 días en un módulo laboratorio amenazando con dejar caer un tubo de fósforo sobre una bandeja de queroseno, lo que sin duda rompería la estación en dos. Kelly pensó que estaban en el infierno, y casi convenció a la mayoría de ello durante varios meses del tercer año. Arkadi encontró la manera de normalizar la situación y dar una esperanza, diciendo (tal vez lo creyese realmente) que una vez había oido que algunos directivos de la agencia llevaban tiempo queriendo realizar un experimento de aislamiento absoluto como forma de recabar datos para los posibles viajes tripulados a Marte. Nadie lo creyó realmente, pero la incertidumbre bastó para que todos sintiesen que alguien les veía, que quizá todo aquello fuera un repugnante y experimental reality show orbital, y aunque las muestras de conductas erráticas y extremas continuaron, de alguna manera empezaron a autoregular su comportamiento. Pero fue también entonces cuando Basiliev tomó la costumbre de programar su cabina para que le quitase oxígeno durante 3 minutos cuando se iba a dormir. Sólo así conseguía un sueño tranquilo. Una inconsciencia, en realidad. Cuando despertaba estaba cianótico y tenía un dolor de cabeza durante varias horas, pero aseguraba, usando sus conocimientos médicos como argumento, que esa práctica no destruía más tejido neural que una borrachera, y ya que no podían fabricar más etanol, estaba dispuesto a dormir así hasta morir o llegar a tierra.


Y cuando pisaron tierra, no había nadie.
Pero mucho antes ya sabían que algo había pasado. Algún desastre, una guerra. Algo había ocurrido, porque jamás recibieron una señal, ni acudió transbordador alguno en su rescate, ningún satélite de los que habían capturado recibía señales y en la tierra todo parecía estar demasiado quieto. Como un huevo duro que se enfría lentamente. Habían descartado la idea del experimento de aislamiento hacía tiempo cuando comprobaron que la corriente del golfo estaba aminorando y la zona norte de europa había bajado unos 2 grados celsius de media, lo cual es un cambio mayor que el que ha experimentado en los últimos 40 siglos. Si por alguna razón, la corriente del golfo que cruza el atlántico desde Mexico hasta los paises nórdicos, se enfría, deja de haber tanta diferencia de temperatura cuando cruza el atlántico norte, y en vez de mantener la convección y aportar temperatura a europa, cae hasta el lecho marino y el frío polar adquiere capacidad de congelar europa hasta los pirineos. Como tantas veces había pasado a lo largo de las eras en lo que se conoce como "edades del hielo". Parecía que ese proceso estaba empezando. Y en ese caso no llevaría más de 70 años que los casquetes polares se extendiesen hasta los trópicos. Algo había ocurrido allí abajo, no sólo en los paises adheridos a la agencia, sino en todo el planeta, y tenía que ser grande. Porque un alarmante cambio climático era una cosa, pero no recibir comunicaciones de ningún tipo (ni siquiera estaciones de radio FM) era descabellado. Para cuando consiguieron al fin bajar a tierra, lo que vieron superaba lo que habían podido imaginar.

Y es gracioso que, en esos cuatro años, en esos infinitos días de trabajar hasta la extenuación, de discutir, de pelear, de enloquecer, de reencauzar sus mentes, de ver y oir cosas ridículas, de comerse sus excrementos y beberse su orina, de enfermar y curarse y volver a enfermar... no estaban del todo destrozados. Aparte de que pesaban un tercio menos que antes, y apenas se sostenían en pie bajo el yugo de la gravedad terrestre que les había sido ajena por tanto tiempo, estaban aceptables. Kelly había perdido los dedos de un pie por un defecto en su traje que le provocó la congelación mientras reparaba la carcasa exterior de un giroscopio, Ron había perdido una oreja en una discusión, y la piel de la mandíbula le había quedado demasiado tensa al cerrársele la cicatriz, haciendo que su seriedad pareciese una mueca de desprecio. Johnson estaba casi sordo debido a una leve descompresión accidental que había sufrido mientras revisaba el casco de la estación, lo que le había perforado un poco los tímpanos. Basiliev desarrolló el síndrome de Parinaud, que a causa de un deterioro nervioso (puede estar inducido por falta extrema de algunas vitaminas, aunque más probablemente por estrés) es incapaz de mover los ojos. Lenka y Arkadi tienen una degeneración bronquial causada por prolongadas hipoxias que les provoca apneas involuntarias y desmayos, Emily quedó casi ciega de un ojo al tratar de suicidarse con un láser de soldadura y Norman empezó a padecer de hemofilia hacía año y medio. Es curioso porque la hemofilia no es algo que se contraiga sin más, es una enfermedad congénita, una mutación perniciosa que se transmite de padres a hijos, pero la sangre de Norman símplemente decidió dejar de coagularse, paró su producción de plaquetas sin más.
Y por supuesto todos, en mayor o menor grado, están afectados por el cáncer. Vivir en una estación espacial te expone al menos a 15 rem al año, mucha más radiación que la producida por todas las radiografías que se hacen 100 personas durante toda su vida.

Saul era quizá el más visiblemente afectado: su pómulo izquierdo estaba abultado y deforme, y hacía dos semanas que vomitaba casi a diario. Sin duda el tumor ya le estaba afectando el oido interno, y antes o después presionaría el cerebro.
Sin embargo, allí estaban.
Visto desde fuera, parecían formar parte del sueño de un borracho o tal vez participar en un montaje cinematográfico: ocho astronautas raquíticos, enfermos y perplejos pisando la orilla de una ciudad que, al menos cuatro años antes, no tenía playa.
Norman fue el primero en desabrocharse el casco. Al hacerlo, una espesa barba cana se derramó sobre su pecho. Tenía 34 años, pero aparentaba 50. Con una emoción incierta se frotó los ojos, respiró hondo y unas lágrimas brotaron débilmente para correr mejilla abajo.
Su emoción no era desolación, o al menos incluía algo más, un sentimiento remoto, sencillo y puro. Quizá para sobrevivir todo este tiempo habían tenido que aprender a descartar de su mente preguntas que no pudiesen responder. No se habían permitido caer en los laberintos de las cuestiones irresolubles en las que sin duda buceaban cada día, y se habían centrado cada vez en el paso siguiente, sin contemplar el terrible vacío del todo.
Un aterrizaje improbable junto a una playa antes inexistente, en una ciudad desolada, de un mundo sin transmisiones de radio y con una ausencia de todo lo vivo que antes lo llenaba se parecía bastante a un enigma irresoluble, un interrogante sin respuesta.
Pero Norman no tuvo que esforzarse por apartar de su mente la gran incógnita, esa gran pregunta que a cualquiera le seguiría asaltando: ¿Qué ha pasado aquí?
No, él intuitivamente percibía las cosas de manera distinta. No era la desolación, el infierno de la vida en la estación, el penoso estado de salud y la ausencia de comité de bienvenida a la tierra.
Su emoción era sencilla. Primaria. Irrefutable.
-¡El aire es tan limpio aquí! -alcanzó a exclamar.

Lejos de casa

Hace unos días vine a esta ciudad y pensé: "no está tan mal, aquí se puede vivir". Y efectivamente vivo en ella, pero vivo sin vivir, estoy como de prestado. En un primer momento puedo imaginar que es por mí, que no me llego a adaptar a este lugar, bien por incapacidad, bien por desgana, la cuestión es que no debo centrar toda la culpa en mí. Estoy haciendo grandes esfuerzos por hacerme un hueco, por ser una más (Me da la risa por lo ingenua que me parece esa idea ahora). No llevo mucho, pero conozco bastante este lugar. Y después de analizarme y de saber que, pasado el período de adaptación, suelo ser una persona segura e independiente, puedo asegurar que no estoy cerrada, sino que me encierran. No hay cadenas, pero hay miradas, hay palabras, hay intimidación. Soy mujer, europea y vivo sola. Soy puta. Sí, a sus ojos soy una puta. Y lo seguiré siendo hasta no sé cuántas décadas más. Yo trabajo fuera y dentro. Fuera, en la universidad, y dentro, en mi mente. Trabajo día y noche preguntando y respondiendo o, por lo menos, intentándolo. Trabajo para poder salir a la calle, para poder sonreír al taxista, para hacer bien la digestión. Trabajo y trabajo olvidando que, en cualquier momento, todo ese esfuerzo se esfuma en un abrir y cerrar de ojos, justo cuando, confiada, entro en un bar y... ¡ZAS! me recuerdan que soy puta. ¡Topetón con la realidad! Esa realidad que momentos antes me esforzaba en comprender, en aguantar. Debo ir acompañada por hombres para ser comprendida. Debo ser totalmente dependiente si quiero tranquilidad. No sé si algún día me haré tan fuerte como para pasar de todo esto, pero hoy por hoy lo invade todo. Tánger es internacional, sí, pero yo no lo noto.

jueves, 29 de octubre de 2009

La Tormenta

Algo anticipaba su llegada,
olía a tierra húmeda y el ambiente enrarecido me había provocado dolor de cabeza.
Apareció por donde menos se la esperaba,
de la mano de un viento fresco que abrió la puerta con ligereza,
pero que mal tiempo anunciaba.
Un relámpago y se hizo todo oscuro,
cuando volvió la luz ahí estaba,
erguida, altiva,
sinuosas formas de mujer que ascendían en el cielo,
negro , blanco y negro
se hallaba suspendida en la barra,
terminándose un café.
Al acercarme la estática me puso los pelos de punta,
"¿quieres algo de beber?"
"No, tengo resaca".
Una fina lluvia empezó a recorrerme el rostro.
Quise acompañarla,
buscaba El Viento que a otro bar la llevaba.
Me pareció dibujarse en la nube una mirada
estrecha, penetrante.
Una mano descendió hacia mi mano,
apenas pude acariciarla pero era suave y cálida,
tormenta de verano despistada.
Al despedirse sonó un trueno que me sobrecogió el alma.

Como un jaramago en una cornisa

Como un jaramago en una cornisa,
colgando de la primavera,
haciendo grieta al crecer,
esparciendo semillas por la acera.
Invisible y espontáneo
aunque frágil broto,
estorbo.
Con genio y persistencia me sostengo
flexible hasta que mustio,
rompo.
Hoy me asomé curioso al jaleo,
me sacudió la espiga un alboroto
en la calle hay miedo,
se camina sin mirar al cielo.
La disputa era a navaja
gorriones y palomas que por migajas
alborotan en mi espalda.
Pido silencio en mi terraza blanca.
Pero la primavera tira de la manta,
las damas de noche no me dejan dormir,
aliadas con el azahar y el jazmín.
Descaradas en los balcones
se desperezan las buganvillas
la algarabía de las gitanillas…
hasta las "pijas" margaritas
todo invita.
Bailando funámbulo peino la brisa,
con gatos abandonados
de tejado en tejado
amanezco cantando quebrado
al sol que poco a poco me seca.
Sólo esa casa vieja me respeta.
En otra vida me arrojé
y caí a las alcantarillas
no pude sobre mis raíces
andar de puntillas como una bailarina.
La muchedumbre atropellada me desgajó
como un trillo de mil cuchillas
haciendo de mi cuerpecillo astillas,
la acera no era una Era
nadie se agacha si no hay siega
y mi grano no da harina...
Me ventearon bien arriba.
No anhelaba para mi una maceta,
(prefiero mi grieta)
que regaran con agua de pozo,
(porque me refresca más el agua de lluvia cuando venga)
ni que me dieran por alimento
despojos de otros,
(profundizo más buscando mi dieta)
no consentí que me podaran las ramas,
inoportunas y retorcidas
(siete revueltas al menos,
tiene cada idea).
Duró cinco primaveras aquella primera cita.
Se marchitó un verano con las calores.
Que bella , qué efímera.
Cuando el verano venga...,
esperaré dormido a la primavera.

Inquietud

Qué importante es tener inquietud. Sentir ilusión por conocer. Seguir asombrándote de lo nuevo.
Qué momento tan placentero saber que estás aprendiendo, que de repente todo encaja, que esas cosas inconexas en tu cerebro se unen para alegrarte el día.
Qué maravilla descubrir los secretos de la ciencia y los escondites de la naturaleza. Qué increíble es la historia cuando unes todos sus puntos. ¡Sin darte cuenta aparece ante ti el dibujo completo!
Y qué bueno compartir todo esto con alguien tan inquieto como tú, que te va a ayudar a encaminar tus pensamientos y te va a acompañar en tus divagaciones.